Es precisamente
en este concepto donde surge esta nueva disciplina: Ciencia,
Tecnología y Sociedad. Una de sus
pretensiones es levantar un puente que comunique ambas culturas, establecer un
vocabulario común que permita un acceso social a cuestiones técnicas en su
contenido, pero a la vez profundamente políticas, sociales y, en definitiva, humanas,
en sus consecuencias. Hasta hace algunas décadas, la fe en el progreso evitaba cualquier
tipo de crítica profunda hacia la ciencia y la tecnología. Se pensaba que sus efectos
perversos eran consecuencia de acciones puntuales de individuos que
traicionaban el ethos de la
ciencia, que toda tecnología es neutral en sí misma, y que sólo su uso tenía un
carácter moral. Es decir, que sólo se podía hablar de un uso bueno o malo de
una tecnología intrínsecamente neutral. Se pensaba que la ciencia extendería su
influencia benéfica sobre todas las clases sociales, que la humanidad se
encaminaría hacia una nueva Edad de Oro por mor del conocimiento científico. Más tarde, comprobamos que las
consecuencias no eran tan sencillas como se pensaba. El progreso no beneficiaba
a todos por igual. De hecho, parece que las desigualdades aumentaban al aparecen
nuevas élites basadas en la posesión o no de dicho conocimiento. La tecnología
no siempre era neutral, sino que podía encubrir en su diseño diferentes
concepciones del mundo, diferentes formas de poder. Tras la tierra y el
capital, el conocimiento científico plasmado en la tecnología más avanzada, se constituye
como el recurso estratégico básico que define la fuerza de una sociedad de la información,
se establece como uno de los principales factores de estratificación social.
Uno de
los mayores avances en esta concepción contemporánea de la ciencia y la tecnología
ha sido el descubrimiento en ellas de dimensiones esencialmente humanas, dimensiones
que están siempre presente en cualquier hecho científico o técnico: en la elaboración
de una nueva teoría, en la polémica científica entre teorías alternativas, en
el diseño y fabricación de artefactos y tecnologías organizativas, etc.
Toda
actividad científicotécnica es una empresa humana, y como tal difícilmente puede
substraerse a un análisis que muestre cómo esas dimensiones no-técnicas se
imbrican en el producto final... y también en la forma en que vivimos (utilizamos, rechazamos,
aceptamos, concebimos, etc.) dicho producto.
En
definitiva, este reconocimiento ha llevado a la aparición de una disciplina que
tendrá un papel esencial en el proceso de construcción de una ciudadanía, pero
que no se ciñe a las fronteras disciplinarias tradicionales. No hablamos de una filosofía
de la tecnología, o de una sociología de la ciencia, sino de una disciplina que aprovecha elementos y metodologías
tomadas de la filosofía, la sociología, la historia, el análisis textual, la
semiología y otros campos relacionados para conformar un campo de estudio que
se unifica por el objeto de estudio. Por supuesto, las ciencias duras también cobran
aquí un papel indispensable, ya que es preciso apoyarse en un conocimiento
suficiente de los mecanismos internos de los hechos técnicos o de los
descubrimientos científicos para poder elaborar un análisis adecuado de los
mismos.
De esta forma se busca disolver la dicotomía
entre ambas culturas, ya que sin la intervención de ambas formas de
conocimiento no se puede llegar a una comprensión adecuada de la significación
y relevancia de la ciencia y la tecnología para la sociedad actual. Tampoco se
descubriría hasta qué punto la ciencia y la tecnología de que disfrutamos son
consecuencia de la sociedad que somos, cómo nuestra forma de vida afecta y
diseña las formas tecnológicas y marca el camino a seguir para el desarrollo de
la ciencia. La interacción entre ciencia, tecnología y sociedad camina pues en
ambos sentidos.
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